El pasado sábado 21 de junio tuvo lugar la cuarta clase y la clausura de nuestra Escuela de Formación Feminista. Para esta clase contamos con la presencia de Dª Pilar Aguilar Carrasco:
Licenciada en Ciencias Cinematográficas y Audiovisules Universidad Denis Diderrot-París VII. Má
ster de Historia y Estética del Cine, Universidad Autónoma de Madrid, Licenciada en Ciencias de la Educación Universidad René Descartes-París V, Investigadora, Ensayista y Critica de Cine.
Mundo paradójico
Constatamos con alegría que el discurso que defiende la igualdad entre
hombres y mujeres, así como la argumentación lógica que lo sustenta se abren
paso (con dificultades, con duras pugnas; a veces, incluso con retrocesos pero,
globalmente avanzan). También progresan (aunque de manera dispar) las leyes
que, partiendo del supuesto de que los derechos de las mujeres son también los
derechos humanos, intentar plasmarlos y dotarlos de garantías jurídicas[1].
Ahora bien igualmente constamos -y con mucha pena- que las violencias y
agresiones hacia nosotras, el menosprecio del que somos objeto, el ninguneo que
padecemos, nuestra escasa presencia en los organismos de poder y de prestigio
no disminuyen. Es más, comprobamos con horror que las mujeres siguen muriendo
asesinadas por sus parejas o ex parejas, siguen siendo traficadas, explotadas,
subpagadas, maltratadas sin que estas barbaries provoquen un rechazo social
contundente.
¿Qué está ocurriendo? ¿Qué falla de forma tan estrepitosa?
Yo creo que falla la educación afectiva y emocional que debería acompañar
nuestros avances. Falta un imaginario que fortalezca nuestras conquistas.
Faltan relatos acordes con nuestros combates y victorias, faltan unos mapas
sentimentales que adecúen nuestros valores pensados con nuestros valores
sentidos.
Importancia de la ficción audiovisual
Sabemos que los comportamientos violentos contra las mujeres y el
menosprecio hacia ellas se sustentan en estructuras simbólicas e imaginarias y
en mapas afectivos profundamente interiorizados.
Sabemos que los comportamientos no se aprenden sólo por la observación
directa de la vida real, sino también por modelos, normas y esquemas
emocionales trasmitidos con palabras, imágenes, historias… Es decir, por los
relatos socialmente trasmitidos y compartidos. Y sabemos que tales estructuras
y tales mapas, hoy en día, están profundamente condicionados y orientados por
la ficción audiovisual que tan masivamente consumimos. Sus representaciones y
mensajes fijan nuestra realidad, influyen en nuestras conductas, conforman
nuestros criterios morales, nuestra subjetividad, nuestros guiones de vida. En
pocas palabras: la fuerza socializadora y normativa de los relatos
audiovisuales es enorme.
Alguien puede pensar que exagero, que quizá "tampoco sea para
tanto", que cualquier espectador o espectadora (incluso de corta edad)
sabe distinguir entre ficción y realidad. Y efectivamente, l@s niñ@s, desde muy
pequeñ@s, hacen esa distinción. Pero no reside ahí la clave. Distinguir entre
ficción y realidad no es lo que realmente importa, pues la fuerza y el impacto
de un relato no depende tanto de que sea verdad o mentira como de su capacidad
para ser fuerte de realidad, para generar
en nosotr@s emociones, sentimientos, afectos, conductas, etc. En consecuencia,
hay datos y saberes de cuya verdad nadie duda pero que impactan escasamente en
nuestra forma de ser y estar en el mundo y hay, sin embargo, ficciones que para
siempre dejarán profunda huella en nosotros. Es dudoso que una verdad como ésta:
"El río que llamamos Tieté es un
afluente del río que llamamos Paraná", deje una huella importante en
quien lo oye. Sin embargo, la película Avatar
sí lo hará, a pesar de que sepamos que es ficción (y ficción muy fantasiosa).
Eso sin contar con que la verdad sobre el río Tieté la saben unos miles de
personas (o unos cientos de miles, siendo optimista) mientras que Avatar fue vista, solo en China (sí, sí,
en China), por 300 millones de espectadores.
La ficción audiovisual es, pues, una maquinaria que influye poderosamente
en nuestra educación y conforma en gran medida nuestra estructura sentimental.
Con "sentimental" no hago referencia solo ni exclusivamente, a los
sentimientos romántico-amorosos sino a los sentimientos en general, a toda al
entramado emocional que guía y sostiene nuestra vida, que le da urdimbre,
explicación y coherencia.
Porque -es preciso recalcarlo- somos seres racionales pero la mayoría de
nuestras actuaciones están determinadas, no tanto por nuestra razón como por
nuestras emociones, nuestros mapas afectivos, nuestros imaginarios, nuestros
temores y nuestras esperanzas. De ellos dependemos, con ellos vivimos e
interpretamos lo que nos rodea, de ellos echamos mano para relacionamos con los
demás humanos…
La violencia de género se sustenta, entre otras estructuras personales y
sociales, en la sumisión femenina y la prepotencia masculina. Los estudios
realizados por las profesoras Bosch y Ferrer[2]
demuestran que el factor que más directamente correlata con el maltrato es la
mentalidad machista del agresor, no las drogas, no la marginalidad, no el nivel
cultural ni económico-social. La violencia de género nace de un imaginario
viril convencido de que las mujeres no son iguales sino pertenencias, apéndices
del varón. Y supone un persistente adiestramiento de las mujeres para que
acepten al varón como el verdadero sujeto, aquel en quien reside la clave del
sentido.
La cuestión del protagonismo es crucial
Este imaginario que considera a los varones como los sujetos detentores
del poder, el prestigio y el sentido, conlleva, en contrapartida, la sumisión y borrado simbólico de las mujeres y es
el sustento y el sustrato de todas las violencias contra ellas.
Ahora consideremos este dato: la inmensa mayoría de las series y de las
películas (sobre todo las de gran difusión) están protagonizadas por varones en
un porcentaje altísimo (nunca menor del 80%). Al hacerlo así, nos trasmiten un
mensaje fuerte y contundente sobre hombres y mujeres: los varones son la parte
importante de la humanidad y las mujeres, por el contrario, solo son seres
secundarios y marginales.
En efecto, al centrar masivamente el protagonismo en figuras masculinas, la
ficción audiovisual nos indica que en torno a los varones, a sus intereses y a
sus historias debe moverse la narración y estructurarse la trama; que el
espacio y el tiempo se segmentan y ordenan según sus necesidades. Nos está predicando
que los varones son los seres dignos de encarnar el relato socialmente
compartido, que ellos son los que saben, descubren, resuelven, van, vienen,
hablan, actúan, se interrelacionan, etc.
Como señalé en otro lugar[3]:
"Imaginemos
que los marcianos (u otros extraterrestres aunque los marcianos tienen en su
favor muchos precedentes cinematográficos) proyectaran invadir la tierra. Antes
de posarse en nuestro planeta querrían conocernos. Y seguramente pensarían:
"¿Qué mejor manera que viendo imágenes creadas por los mismos terrestres?"
Esos ingenuos marcianos estarían convencidos de que, estudiando los relatos
audiovisuales que fabricamos y que consumimos con tanto gusto y voracidad,
aprenderían cómo somos, cómo y donde vivimos, qué buscamos, en qué empleamos
muestro tiempo…
Fatal error. Al llegar a la Tierra se sorprenderían
muchísimo comprobando que tales relatos rebosan de patrañas, disimulos y
ocultaciones. No solo no reflejan sino que esconden y deforman parte de la
realidad. Sobre todo en lo que concierne a las mujeres".
Además, al negar el protagonismo a las mujeres, se les niega el estatuto
de sujetos. En esta estructura narrativa acaparada por varones, lo importante
ocurre entre ellos. La verdadera vida la viven unos para y con respecto a
otros. A los personajes femeninos se les asigna el rol de seres vicarios, sin historia
propia y que, por lo tanto, se ven obligadas a acatar los designios de otro. Las
mujeres, en definitiva, carecen de entidad por sí mismas. Su papel, su
presencia o ausencia depende de la voluntad ajena, depende de que tengan o no
relación con el protagonista masculino y depende del tipo de relación que
establezcan. Para aparecer en la "película", necesitan que un varón
las elija como compañeras erótico-amorosas. Son objetos del deseo, rara vez
sujetos. Si él no les da un papel, un rol, no existen.
¿Por qué criterios las elije el varón? Cuando se analizan las
representaciones gráficas, visuales y audiovisuales que se hacen de los
personajes femeninos, se comprueba que de ellas interesa fundamentalmente su
anatomía, que son construidos como cuerpos deseables y poco más. Es más, a
menudo no intervienen en la acción, ni hacen avanzar la historia, ni sirven
especialmente para nada fuera de la cama[4].
De esta manera se destruye también su individualidad.
Y, por lo mismo, los asuntos y temas conectados con el universo femenino
se minusvaloran, se desprecian, se ningunean. Sabemos que solo con que las
mujeres dejaran de hacer el trabajo que hoy realizan gratuitamente (trabajo
doméstico, cuidado de los otros, atención a las relaciones familiares, etc.) el
mundo sería un caos invivible. A pesar de ello, parece que la ficción
audiovisual no considera nuestros problemas, ni nuestro esfuerzo, ni nuestras
historias, dignas de ser contadas.
Imaginarios patriarcales anquilosados frente a realidades complejas.
Como vengo diciendo, en las ficciones audiovisuales, las historias
interesantes las suelen vivir unos varones con otros, ya sea enfrentándose, ya
sea ayudándose. Ellos controlan el relato. De modo que son los seres que -para
bien o para mal- actúan, solucionan problemas (que, ciertamente, también ellos
crean), van por delante, saben…
Y, por el contrario, esas ficciones promueven una imagen de las mujeres
como seres pasivos, dóciles, bellos, pero sin mayor interés. Marginales, en
suma a lo que de verdad importa. Incapaces de gestionar el mundo, de crear
cultura y bienestar, de agrandar los límites de lo humanidad.
Así ocurre en un altísimo porcentaje de las ficciones audiovisuales que
vemos. Baste, para comprobarlo, con consultar la programación de los canales
televisivos, la de las salas de cine de cualquier ciudad, las estadísticas
sobre las películas estrenadas en los últimos años…
A veces, en el mejor de los casos, tienen algún rol relativamente
importante, pero siempre breve. Piénsese en la saga de El señor de los anillos con sus más de nueve horas de duración y su
escasa media hora de presencia femenina. Los personajes femeninos rara vez
encarnan la aventura. Como mucho, pueden aspirar al papel de seguidoras del protagonista (la saga de Indiana Jones). También pueden ser
colaboradoras necesarias para gestar, parir, "formar", al héroe. Es
lo que ocurre en Avatar. La mujer científica (la madre simbólica) "alumbra" al protagonista masculino. Y, por su parte, Neytiri
le sirve de guía iniciática y le surte la historia de amor. La función de ambas
mujeres es gestar y educar a Jake para que él pueda cumplir con la excelsa
misión de salvar a Pandora. Y, aunque las películas que acabo de mencionar
pertenecen a los géneros que podríamos calificar como de "aventuras,
ciencia-ficción, futurismo" (son las que más público cosechan en todo el
mundo), igual puede decirse de otro tipo de películas, incluidas casi todas las
"románticas". Hay excepciones, por supuesto, pero, en definitiva,
también las historias de amor les ocurren mayoritariamente a ellos.
Los guionistas no pueden concebir de ninguna manera es que un personaje
femenino trace el camino, guie la aventura, encarne los acontecimientos, porte
el significado. Es decir, las historias pueden ser absolutamente fantasiosas en
muchos aspectos pero, sin embargo, han de respetar los más rancios esquemas
patriarcales. En definitiva: en el terreno de roles genéricos, el reparto sigue
siendo absolutamente conservador.
Ahora bien, resulta que en la vida real -como señalamos antes- muchas
mujeres han cambiado enormemente. Muchas mujeres, en diversos modos y con
diferentes maneras, se rebelan, se reivindican como sujetos de su propia vida,
acceden a estudios y titulaciones de todo tipo, ocupan el espacio público… No
esperan que ningún varón "les saque las castañas del fuego" (si es
que ese supuesto rol del varón como "salvador-protector" que nos ha
vendido el patriarcado fue alguna vez algo más que mitología, que yo lo dudo).
Hoy, esta fosa entre la realidad que ya se vive en nuestra sociedad y las
representaciones simbólicas que se nos siguen ofreciendo, es enorme y, desde mi
punto de vista, muy preocupante.
Pensemos en lo que supone para un varón adolescente construir su
masculinidad. Está imbuido de grandiosos mitos que le dicen que los varones son
los seres importantes, los héroes, los que saben, los que solucionan, los que
nunca tienen miedo. Y está, sin embargo, rodeado de mujeres que son profesoras,
empleadas de oficinas, doctoras… Conviven en las aulas y en la calle con
compañeras que no son más torpes que ellos, que no necesitan ser salvadas, que
incluso, a veces, van por delante y tienen más arrojo.
La sima entre el modelo idílico -e irreal- y sus vivencias les
desconcierta y les crea una gran agresividad hacia las mujeres. Esas mujeres
que ya no "respetan el guión" programado, que ya les responden, que
ya no quieren ser sus dóciles servidoras ni acatar sus designios… Yo estoy
convencidísima de que actualmente, esa discordancia entre, por una parte, la
vida que les rodea y, por otra, su imaginario, sus mapas sentimentales, sus
universos simbólicos es un poderoso generador de violencia contra las mujeres
por parte de los varones.
Falta un imaginario nuevo
Es tarea ingente cambiar tal panorama y es urgente ponerse a ello puesto
que los relatos mediáticos no se limitan a reflejar el mundo, también lo crean.
Crean en tod@s nosotr@s una posición moral, simbólica y emocional sobre lo que
muestran (o sobre lo que ocultan). Crean puntos de vista ideológicos y/o
emotivos, crean permisividad o censura, crean lazos proyectivos de empatía o de
rechazo.
Mantener mitos y estereotipos falsos y caducos frena nuestro avance,
genera mucho dolor y mucha locura, pues los humanos somos seres construidos y
no podemos construirnos armónicamente sin relatos que nos expliquen cómo
hacerlo.
Es una locura absoluta vivir con mitos que falsean el mundo, que no dan
cuenta de sus avances, que siguen sin enterarse de que las mujeres hemos
cambiado ni de que es posible ser hombre de otra manera. Hoy por hoy, estamos
muy huérfanos de relatos que nos acompañen, nos apoyen, nos expliquen las
realidades que vivimos. Tenemos, pues, una tarea urgente, profunda, difícil y
de largo alcance: cambiar los entramados simbólicos e imaginarios, las
configuraciones del deseo, los mapas emocionales que se nos trasmiten los
medios.
Yo personalmente creo que, en el mundo de la ficción audiovisual, son y
serán, ante todo, en las mujeres creadoras (directoras, guionistas…) las que
realizarán estos cambios. Y creo que nosotr@s, l@s demás, debemos apoyar su
trabajo con entusiasmo. Otro mundo es posible y hemos de trabajar por él.
[1]
Mis palabras se refieren al mundo europeo y americano no al mundo musulmán, por
ejemplo, mundo del que, dada mi ignorancia sobre su compleja realidad, no me
atrevo a hablar.
[2]
-Bosch, E., Ferrer, V. A., 2003: “Mujeres maltratadas: Análisis de
características sociodemográficas, de la relación de pareja y del maltrato.
Intervención Psicosocial”. Revista sobre
Igualdad y Calidad de Vida, 12, 3, 325-361.
[4].
Aguilar, P. (2010): “La representación de las mujeres en las películas
españolas: un análisis de contenido” en Fátima Arranz (Dir.), Género y cine en España, Madrid:
Cátedra, pág. 211-274.
OS ESPERAMOS EL PRÓXIMO AÑO CON LA 6ª ESCUELA DE FORMACIÓN FEMINISTA
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